¿Quién no ha jugado alguna vez de niña a los recortables?
Para quien no lo haya hecho, explico aquí qué eran esos “recortables”: unos
libritos de varias páginas, en el centro de las cuales había pintadas una
figura (generalmente femenina y aniñada, nada que ver con el posterior referente
de muñeca, la Barbie) y varias prendas de ropa con solapitas. Había que
recortar con mucho cuidado la figura y las prendas de ropa, con especial
atención a las solapitas, que eran las responsables de que la ropa se
mantuviera sujeta a la modelo.
Hoy día no se ven mucho, aunque en los escaparates de alguna
librería o papelería de aire antiguo sí es posible encontrarlos. Hoy existen
juegos similares pero hechos con imanes. Sin tener nada en contra de estos, quizá
defiendo los antiguos recortables por dos motivos: uno, que favorecían
enormemente el desarrollo psicomotor; dos, porque, al contrario de lo que suele
suceder hoy en día, el disfrute del juego implicaba un trabajo previo, un
esfuerzo, que era parte de la satisfacción posterior. No había juego si
previamente una no se había tomado la molestia de recortar cada pieza. Perdonadme
si sueno antigua —a fin de cuentas, entro pronto en la cuarentena y eso se tiene
que notar— pero parece que en la actualidad queremos tenerlo todo sin esfuerzo:
aprender inglés sin esfuerzo, adelgazar sin esfuerzo, practicar todo tipo de
deportes virtuales sin esfuerzo (gracias a inventos como la Wii). No se puede
conseguir nada que merezca la pena sin al menos algo de esfuerzo; el grado de
esfuerzo ya depende de la capacidad de cada persona en relación con el objetivo que se proponga conseguir.
Pero volviendo al
asunto de los recortables tradicionales, un juego que a mí personalmente me
entretenía muchísimo de pequeña, me he encontrado a mí misma reviviendo una
suerte de diseño de recortables con ayuda del ordenador (“recortables 2.0”).
Cuando por motivos de trabajo paso mucho tiempo sentada frente a este aparato,
llega un momento en que me saturo. Y, claro, para evadirme entro en internet. Y
al entrar en la página que visito más habitualmente, me saltan enlaces a webs
de venta de moda online. Y no me puedo resistir a entrar…
Pero las visito no con la intención de comprar sino de crear
composiciones de ropa y complementos que me encantaría vestir pero que ciertas limitaciones
me lo impiden. Me imagino a mí misma como la muñequita protagonista de los
libritos de recortables y me voy de compras virtuales. Me traslado
temporalmente a fugaces vidas paralelas donde toda la ropa me sienta bien,
donde no existen la flaccidez, la celulitis, los espejos, las papadas ni las
tallas más allá de la 42… En esas vidas paralelas voy al cine y al teatro, como
y ceno en restaurantes, acudo a presentaciones de libros, voy a conciertos… Y
lo más insólito: mi peinado siempre es perfecto, ¡algo que en esta vida del día
a día real nunca va a suceder!
Ahora que parece que entramos en invierno definitivamente,
me apetece despedirme del otoño con un conjunto elegante: un precioso vestido
verde entallado y con drapeado a la cintura, con dos posibles combinaciones de
chaqueta/chaquetón, zapatos y bolso. Me
voy a ver una exposición y después a comer con una amiga. ¡A que voy divina!
Belén préstamelo, me encanta. Con los zapatos verdes y la gabardina crema, uf!. El problema es como corro yo detrás de mi pequeña dinamita con esos taconazos, y el vestido demasiado estrecho para estar agachandome. Bueno unos jeans, sudadera y converse también me valen. Pero eso sí el café contigo preciosa.
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