jueves, 29 de noviembre de 2012

Cuestión de amor


El asunto de la maternidad y el instinto maternal afectan a las mujeres, tanto si lo viven como un sueño o un deseo por realizar como algo que no sienten en absoluto como parte de ellas.

Tengo amigas que son madres y que deseaban serlo sin dudarlo. Tengo amigas que han llegado a la maternidad de forma accidental y ahora se alegran infinitamente de aquello que comenzó como un error, o al menos en un momento inoportuno. Tengo también amigas para quienes la vida ha planeado otro tipo de vida alejada de los asuntos maternales. ¿Y qué problema hay?, me diréis. El problema es que con este último grupo de mujeres la sociedad se muestra bastante incomprensiva, cuando no intolerante… Pero, ¿siempre?
Conozco varios casos, entre ellos el de la mujer que aborrece a los niños y no puede soportar verlos ni oírlos. Este caso, particular y conocido de primera mano, es el de una mujer que cuida su aspecto hasta el último detalle, que es una diosa sexual y que causa sensación entre los hombres allá por donde pisa. Ante este caso la presión social está dividida: muchas mujeres sentimos cierta animadversión hacia ella ya que pone de manifiesto muchos de nuestras frustraciones;  los hombres sin embargo, la admiran, la siguen, la desean y se felicitan porque existan mujeres así a las que ni el embarazo ni la lactancia ni la ajetreada vida maternal vayan a lastrar ni su belleza ni su poderío sexual.  
Conozco también el  caso más habitual de mujeres sin instinto maternal que llevan un estilo de vida más ordinario (dicho en el mejor de los sentidos). Algunas de ellas, especialmente llegadas a ciertas edades, sí han sentido la presión de la sociedad, hombres o mujeres, que insistentemente les han preguntado si no tienen hijos y que por qué. ¡Como si eso fuese de su incumbencia!
A mí me gustaría romper una lanza a favor de ellas, pero no porque piense que son un colectivo desfavorecido, débil o algo similar. Al contrario, se necesita valentía para afirmar, como mujer, que no se tiene instinto maternal ni deseo de tener hijos y vivirlo con normalidad. ¿Por qué, todavía en el siglo XXI, se ha de medir a las mujeres por este instinto? ¿Qué temor, qué envidias provocan el que se trate a estas mujeres como bichos raros? 

 
Vuelvo a decir que son muchos los casos que conozco y en mi opinión una mujer que no tiene instinto maternal lo primero que tiene que hacer es tenerlo claro y no atender a presiones, y en segundo lugar, no tener hijos. Del mismo modo que una mujer a la que no le gusta estudiar, lo mejor que hace es no estudiar, o un hombre al que no le guste el bricolaje o limpiar el coche hasta dejarlo impoluto tampoco debe dedicarse a estas tareas. Y, naturalmente, del mismo modo que si a una mujer le atraen sexualmente las mujeres, es con ellas con quien debe establecer sus relaciones afectivo-sexuales.
Porque el hecho de que una mujer quiera o no quiera no tener hijos no implica que esta sea un ogro devoraniños.  Algunas sienten un gran amor hacia su profesión, otras un gran amor hacia la naturaleza y los animales, otras tienen un gran espíritu solidario y se dedican a asuntos humanitarios…  Es decir que el amor, ese sentimiento que todos hemos conocido alguna vez (como hermanos, padres, hijos, hermanos, amigos, parejas…) es el motor que guía el mundo y me sorprende que tan a menudo no seamos capaces de reconocerlo cuando lo tenemos delante. Una mujer sin instinto maternal es tan apta para el amor como cualquier otra persona.

Si fuésemos capaces de comprender algo tan sencillo como esto, si dejásemos de convertir en problemas cuestiones que simplemente son formas distintas de entender y sentir la vida y que no hacen daño a nadie, el mundo sería un lugar mucho mejor donde vivir.

Recortables 2.0


¿Quién no ha jugado alguna vez de niña a los recortables? Para quien no lo haya hecho, explico aquí qué eran esos “recortables”: unos libritos de varias páginas, en el centro de las cuales había pintadas una figura (generalmente femenina y aniñada, nada que ver con el posterior referente de muñeca, la Barbie) y varias prendas de ropa con solapitas. Había que recortar con mucho cuidado la figura y las prendas de ropa, con especial atención a las solapitas, que eran las responsables de que la ropa se mantuviera sujeta a la modelo.

Hoy día no se ven mucho, aunque en los escaparates de alguna librería o papelería de aire antiguo sí es posible encontrarlos. Hoy existen juegos similares pero hechos con imanes. Sin tener nada en contra de estos, quizá defiendo los antiguos recortables por dos motivos: uno, que favorecían enormemente el desarrollo psicomotor; dos, porque, al contrario de lo que suele suceder hoy en día, el disfrute del juego implicaba un trabajo previo, un esfuerzo, que era parte de la satisfacción posterior. No había juego si previamente una no se había tomado la molestia de recortar cada pieza. Perdonadme si sueno antigua —a fin de cuentas, entro pronto en la cuarentena y eso se tiene que notar— pero parece que en la actualidad queremos tenerlo todo sin esfuerzo: aprender inglés sin esfuerzo, adelgazar sin esfuerzo, practicar todo tipo de deportes virtuales sin esfuerzo (gracias a inventos como la Wii). No se puede conseguir nada que merezca la pena sin al menos algo de esfuerzo; el grado de esfuerzo ya depende de la capacidad de cada persona  en relación con el objetivo que se proponga conseguir.

Pero  volviendo al asunto de los recortables tradicionales, un juego que a mí personalmente me entretenía muchísimo de pequeña, me he encontrado a mí misma reviviendo una suerte de diseño de recortables con ayuda del ordenador (“recortables 2.0”). Cuando por motivos de trabajo paso mucho tiempo sentada frente a este aparato, llega un momento en que me saturo. Y, claro, para evadirme entro en internet. Y al entrar en la página que visito más habitualmente, me saltan enlaces a webs de venta de moda online. Y no me puedo resistir a entrar…

Pero las visito no con la intención de comprar sino de crear composiciones de ropa y complementos que me encantaría vestir pero que ciertas limitaciones me lo impiden. Me imagino a mí misma como la muñequita protagonista de los libritos de recortables y me voy de compras virtuales. Me traslado temporalmente a fugaces vidas paralelas donde toda la ropa me sienta bien, donde no existen la flaccidez, la celulitis, los espejos, las papadas ni las tallas más allá de la 42… En esas vidas paralelas voy al cine y al teatro, como y ceno en restaurantes, acudo a presentaciones de libros, voy a conciertos… Y lo más insólito: mi peinado siempre es perfecto, ¡algo que en esta vida del día a día real nunca va a suceder!

Ahora que parece que entramos en invierno definitivamente, me apetece despedirme del otoño con un conjunto elegante: un precioso vestido verde entallado y con drapeado a la cintura, con dos posibles combinaciones de chaqueta/chaquetón, zapatos y bolso.  Me voy a ver una exposición y después a comer con una amiga. ¡A que voy divina!

 

jueves, 21 de junio de 2012

Paraíso azul



Hoy he ido a la piscina con mi hija por primera vez. Para ella es su primer baño en una piscina pública, y eso me ha traído a la memoria hermosas sensaciones y recuerdos de infancia.

En el colegio habíamos cambiado los calurosos y oscuros uniformes de invierno por la ligera ropa de verano, y las clases tenían lugar solo por la mañana. Esto solo podía significar una cosa: pronto llegaría el primer baño en la piscina. Y así era, un día nuestra madre nos recogía del colegio portando una gran bolsa de lona estampada y nos decía:

—Niñas, nos vamos a la piscina.
—¡¡Bieen!!—, gritábamos al unísono.  

Tras veinte minutos en autobús llegábamos sudorosas a los vestuarios de aquellas instalaciones deportivas desde donde ya se apreciaba el olor de las piscinas. Allí nos saludaba Encarna,  dándonos dos sonoros besos —¡Ay, pero qué guapísimas están estas niñas!—, quien, con su perfume de rosas, año tras año se encargaba del buen estado y organización de los vestuarios de señoras.
Apresuradamente nos quitábamos la ropa y nos poníamos el traje de baño y las chanclas. Al lado de mamá subíamos las escaleras que llevaban a la gran piscina familiar y a medida que alcanzábamos los últimos peldaños se abría ante nosotras, un año más, el paraíso azul: un intenso olor a cloro, los gritos de los niños jugando y de las madres, siempre atentas a los movimientos de sus críos, el olor a resina de los pinos, la sensación del césped bajo los pies desnudos… Yo solía mirar al agua desde el bordillo durante algunos segundos, impregnándome de aquel olor. Y, de repente, ¡zas!, una zambullida de cabeza, soltando pequeñas burbujas de aire, mientras recorría algunos metros por el fondo de la piscina. Esa sensación del cuerpo atravesando el agua, que siempre en el primer baño me resultaba muy densa, ya no volvía a repetirse hasta el año siguiente.

Cada uno de los baños en la piscina era diferente, y con la edad fue incorporando juegos, volteretas, nuevas formas de zambullirse, competiciones entre las amigas, los primeros coqueteos juveniles… Pero ninguno de ellos era comparable al primer baño de la temporada.

Ahora disfruto viendo a mi hija reir y chapotear con sus pequeñas manitas e intuyo que para ella el primer baño de cada verano también será un momento mágico.

viernes, 18 de mayo de 2012

Diálogo imposible (I)


¿Qué es poesía?— preguntó el político al poeta.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? —respondió el poeta— Podría hablarte de las flores, de los campos en primavera, del oleaje salvaje de los mares del norte, de cielos llenos de estrella, de puestas de sol, del amor incondicional, de las miradas esquivas de los amores primeros, de la ternura y la sinceridad que reflejan los ojos de los niños, ... Podría hablarte de cosas que tu vista no vería, que tu oído no escucharía, que tus manos no palparían, que tu  olfato no olería y que tu  boca no degustaría; podría evocar tantas y tantas cosas que son poesía... Sin embargo, y con todos mis respetos, aunque empeñara el resto de mis días y agotara todas las palabras de todos los idiomas que se hablan en el planeta, y aunque tú y yo viviésemos eternamente, ni tu cabeza comprendería qué es poesía ni tu corazón podría sentirla. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Hay gente que cree


Hay gente que cree que puede ir preguntando cosas personales como si tal cosa, como si te estuviera preguntando qué tiempo daban para mañana en el telediario. Ejemplo: eres una mujer con una vida aparentemente estable y tienes una niña de tres años y la pregunta es: ¿bueno, y para cuándo un hermanito? (en sus innumerables versiones). Es curioso porque la única persona en el mundo a la que yo le he hecho esta pregunta es mi hermana, con quien considero que tengo un vínculo afectivo y de confianza lo suficientemente estrecho. Y es también curioso porque ni en mi familia ni en la de mi pareja me han hecho esa u otra pregunta similar, ni siquiera cuando nuestra hija de tres años no estaba aún en proyecto. Y es que esta pregunta, que a la mayoría de las mortales (porque suelen ser mujeres quienes la formulan) parece resultarles tan normal, a mí me parece sumamente personal. El motivo por el que una mujer, independientemente de su situación económica, de su situación de pareja, de su orientación sexual, etc. no tenga hijos en absoluto o no tenga más de los que ya tiene es doble: o no quiere o no puede. Y no sé yo por qué realidades tan íntimas y personales como estas, y a menudo muy dolorosas, deben de ser a los ojos de muchas personas como un tema público y que no permite evasivas. 

Ayer nuevamente dos personas me hicieron esta pregunta. Una de ellas, una mera conocida de las tardes de parque, alguien con quien he intercambiado poco más que un hola, qué tal, qué grande está ya tu niña. Afortunadamente esta chica supo interpretar a la primera mi gesto incómodo y no insistió. Metió un poco la pata pero al menos entendió enseguida que era algo de lo que yo no quería hablar. Pero —oh, sorpresa— esa misma tarde, mi vecina, en presencia de su marido, su hijo mayor y la ¿nuera? no tuvo mejor ocurrencia que preguntarme lo mismo. La diferencia estaba en que no quiso entender que yo me sentía mal ante la pregunta y que no deseaba responderla. Su “nuera” lo entendió de inmediato y quiso salir en mi auxilio diciendo que le parecía que era un tema del que no me apetecía hablar. Pero mi vecina, con la que nunca había tenido un contratiempo, y a quien le tengo cierto aprecio, prefirió insistir y se encontró con una loba herida. Mi respuesta fue la siguiente: «Si la gente supiera el dolor que causa y cómo mete la pata con algunas preguntas, no las haría.» Es exactamente la misma respuesta que le di a otra persona pocos días atrás que tampoco quiso entender mi silencio.
Cierto es que la respuesta es brusca, pero es que estoy hasta las narices de que la gente me haga preguntas que no son de su incumbencia. Preguntas que la tradicional sociedad española con su ferviente machismo y su nociva defensa del papel familiar de la mujer han hecho que parezcan normales los asuntos íntimos y personales. Porque resulta que mi querida vecina, tan defensora de la familia tradicional, estaba ayer tarde acompañada de su hijo el mayor, su hijo que es un hombre encantador y cultísimo, pero que casualmente es homosexual y por algún motivo a sus cuarenta y pocos años aún no ha salido del armario y se ha buscado una “novia” para guardar las apariencias. A lo mejor, si esta madre no se dedicara a hacer preguntas indiscretas, su hijo se sentiría libre para expresar y compartir su verdadero sentir ante quienes probablemente sean sus personas más queridas, su familia. 

Y así nos va. Como hay gente que cree que lo normal es no entender que en la vida hay tantas opciones como personas, la sociedad no avanza. Eso sí: todos con móvil ¡y de última generación!

miércoles, 16 de mayo de 2012

miércoles, 21 de marzo de 2012

Vida, vida, vida...

Hay momentos en la vida en que una se da cuenta de verdad de que está viva y de lo afortunada que es de tantas cosas buenas como tiene a su alrededor. Esos momentos suelen llegar tras golpes especialmente dolorosos, a menudo relacionados con el fin de una relación, con un problema grave de salud o el fallecimiento de un ser querido. 
Es importante pasar el duelo ya que sin este proceso curativo difícilmente podremos llegar a la aceptación de la situación que nos ha causado el dolor y menos aún comprender y sentir que la vida es solo una para cada persona. No soy yo de las que creen en la reencarnación, ni en el cielo ni en paraísos en el más allá. Creo que se gana el cielo quien en vida consiguió amar y ser amado, porque solo así será recordado y permanecerá vivo y querido en el recuerdo.
Cuando digo: ¡gracias a la vida! no lo hago desde el cliché ni desde la resignación. Lo hago desde un profundo sentimiento que un día me produjo vértigo. Somos tan sumamente diminutos en relación con el Universo, que si lo pensáramos de vez en cuando, seríamos más humildes, más generosos y --por qué no-- más felices. 
Gracias a la vida por rodearme de personas maravillosas y por mantenerlas en buen estado de salud física, mental y emocional. Permíteme, vida, pedirte un favor: ¡¡que dure, que dure!!