miércoles, 20 de julio de 2011

Corazoncito de amapola

Algo iba mal. Lo supo en seguida, al ver a su hija Daniela salir sola por la puerta del colegio, en vez de ir de la mano con su amiga Nayara. Caminaba despacio, absorta en algún pensamiento. No se abalanzó sobre su madre como era habitual. Sí, definitivamente pasaba algo.

— ¿Qué te ocurre, cariño?— le preguntó al tiempo que la abrazaba con fuerza.
La niña rompió a llorar y le dijo:
— Nayara dice que ya no quiere ser mi amiga, que no soy guay.
— ¡Ay, cariño, cómo lo siento!— le respondió y la abrazó con más fuerza aún. — Pero, ¿ha pasado algo? ¿Os habéis enfadado?
— No, que ahora quiere ser amiga de Vero, porque dice que ella sí es guay…
— Vaya por Dios, hija. ¿Quieres que vayamos al parque a jugar un ratito?
— Bueno…

Con todo el convencimiento de que fue capaz trató de consolarla:
— Mira, cariño, yo sé que ahora estás muy triste, pero seguro que Nayara no quiso decir eso. Seguro que pronto todo se arregla y volvéis a ser tan amigas como siempre y a jugar juntas.
Daniela la miró fijamente a los ojos, con los suyos aún enrojecidos por el llanto, y le preguntó:
— ¿De verdad, mamá?
Y ella le respondió:
— ¡Claro que sí, cariñito! Y, ¿sabes lo mejor? ¡Que todavía te quedan muchos amiguitos por conocer!

Y procuró que su hija no viera la lágrima que le resbalaba por la mejilla. Daniela tenía solo tres añitos y acababan de romperle su frágil corazoncito de amapola por primera vez. Apretaba con fuerza la manita de su hija sin darse cuenta de que por quien lloraba en realidad era por ella misma. Estaba reviviendo aquel momento de su infancia en que su mejor amiga le decía que ya no le interesaba ser su amiga, que la chica nueva de la clase tenía "un chalet con piscina" y la prefería a ella. 

Tras pasar unos segundos suspendida en el tiempo, por fin, la niñita que esa madre había sido un día, y a la que también le rompieron el corazón, le dijo a su hija:

- ¿Sabes, cariño? Te voy a decir algo que no sé si vas a poder comprender todavía. Hay personas crueles que hacen daño a otras. Esas personas no merecen nuestro cariño ni nuestras lágrimas. No sé si Nayara volverá a ser tu amiga, pero tú no debes estar triste por ella, debes hacer nuevos amigos que te quieran como eres y que no te hagan llorar ni estar triste. ¿Lo comprendes, cariño?

Daniela miró a su madre con sus enormes ojos castaños: ¡sí, mamá!



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