jueves, 1 de septiembre de 2011

El secreto (II)

Doña Eulalia llegó a su casa medio sofocada; con mano temblorosa se sirvió un vaso de agua fresca que bebió a sorbitos y se sentó junto a la ventana para asegurarse de que nadie la había visto. Una vez tranquilizada, acudió a su dormitorio donde desde lo alto de la cómoda la vigila su marido Marcial.

—¡Ay, Marcial, no sabes lo que ha ocurrido! ¡Ay, qué vergüenza he pasado! Bueno, te lo cuento a ti porque a alguien se lo tengo que contar, pero que no salga de estas paredes…

Doña Eulalia se "confesó" con la foto de su difunto marido y acto seguido se refrescó el rostro en el cuarto de baño, se recompuso el peinado y volvió a ser la de siempre. Se sentó nuevamente junto a la ventana, acercó su cesto de ganchillo y retomó los patucos que estaba haciendo para la nieta de su amiga Mariana.

Caía la tarde, el sol ya no apretaba tanto y doña Eulalia salió, como cada tarde, a la puerta a ver pasear a la gente. Pero notaba algo raro. Los paseantes la miraban con más detenimiento de lo habitual. Con su normal discreción se miró la ropa, se tentó el peinado… No lo entendía, ella estaba como siempre. Pero no. Sentía el cuchichear de la gente cuando pasaba cerca de ella. Ni remotamente era capaz de imaginar qué ocurría. Finalmente, la curiosidad le pudo, cogió las llaves y el bolso y acudió a casa de Mariana.

—Mariana, ¿tú me puedes decir si pasa algo? Es que me da la impresión de que todos me miran raro…
—¡Ay, hija! ¿Toda la vida viviendo aquí y no sabes que en los pueblos todo se sabe?
—¿Pero qué se va a saber? ¿Qué ocurre? ¡Me tienes sobre ascuas!
—Pues tu visita a escondidas a don Julián, que está disparando la imaginación de las alcahuetas y el chismorreo.
—Ay, por Dios, por Dios. ¿Y qué cuentan?
—Pues hija, maldades, sólo maldades… ¿qué te puedo decir yo? Ya las conoces.
—Pero si yo…— balbució la pobre señora.
—Ya, Lali— Mariana era la única que la llamaba así, además de su difunto marido).—Si ya lo sé. ¿Qué te crees? He tratado de quitarles esas ideas sucias y absurdas de la cabeza pero les puede la envidia y el mal pensar. No te apenes, que no merece la pena. ¿Nos tomamos una limonada en el patio y charlamos de otras cosas para que se te olvide?
—Sí, sí… Ay, qué disgusto llevo. Muchas gracias, nena.

Era bien anochecido cuando doña Eulalia regresó al silencio de su casa. El rato pasado con Mariana le había venido bien. Ambas eran amigas desde la infancia y el mejor consuelo cuando venían momentos difíciles. Se dirigió al dormitorio, se desvistió delante del espejo y ante la atenta mirada de Marcial se puso el camisón. Por un momento se sintió avergonzada, como si hubiese faltado a la memoria de su marido. Se sentó al borde de la cama con la cabeza gacha, como arrepentida de un pecado que no había cometido pero que le hacía sentir igualmente culpable.

Rememoró todo lo sucedido desde que don Julián la llamara por la mañana en la iglesia tratando de comprender. Miró nuevamente a Marcial y le pareció que éste le sonreía ¡y hasta que le guiñaba un ojo!

Sí, doña Eulalia finalmente comprendió. Y comenzó a reír sin poder parar. Y abrió todas las ventanas de la casa, y las puertas del patio y de la calle y, para desdicha de sus convecinos, doña Eulalia siguió riendo a carcajada limpia hasta el amanecer.



martes, 30 de agosto de 2011

El secreto (I)

—Podéis ir en paz.
—Demos gracias al Señor.

Finalizada la misa de doce, don Julián llamó aparte a doña Eulalia, su más fiel feligresa, para pedirle que acudiera esa misma tarde “muy discretamente” a la sacristía, pues debía comunicarle algo “de suma importancia”. Doña Eulalia, discreta por naturaleza, salió a la hora de la siesta, con la idea de que a esas horas la mayoría de las alcahuetas estaría durmiendo o viendo la novela. No sospechaba que la tía Chinchona la había visto salir de su casa por duplicado (una de las virtudes del licor que corre por sus venas).
Doña Eulalia entra por la puertecilla lateral y se adentra hasta la sacristía donde don Julián le espera.
—Doña Eulalia, gracias por venir.
—Dígame, estoy preocupada.
—Oh, no hay motivo para preocuparse. Usted sabe, hermana, que nuestro hermano Blas, el sepulturero, ha fallecido recientemente.
—Sí, lo sé. Dios lo tenga en su seno.
—Bien, pues en su lecho de muerte me pidió un favor. Me pidió que le diese un mensaje de su parte.
—¿Cómo? ¿Un mensaje para mí? No puede ser.
—Entiendo que le sorprenda, Eulalia, ya sabemos que era un hombre muy callado y solitario.

Doña Eulalia asintió, y don Julián prosiguió:

—Si le parece, voy a ir al directo al asunto.
—Sí, claro, don Julián.
—El hermano Blas me pidió en su lecho de muerte que le transmitiese todo su afecto a usted, doña Eulalia, por quien siempre ha sentido un cariño muy especial, y una humilde  admiración. Sus palabras fueron: “para que me entienda usté, señor Julián, yo he pensado en ella cada día y cada noche de mi triste vida”.

Doña Eulalia se quedó boquiabierta. De todas las cosas que le habían ocurrido en la vida esta era claramente la más sorprendente. ¿El señor Blas, el sepulturero solitario, la amaba en secreto? ¡No, no! Tenía que ser un error. Miró al cura, como esperando que este le confirmase el error, pero no. Don Julián guardaba silencio y la observaba. Tras un breve lapso, y al verla tan confusa, le preguntó:

—¿Quiere decirme algo, hermana?
—No, don Julián. Yo, yo…

Ruborizada y aturdida, salió apresuradamente de la sacristía, sin percatarse de que Paquín, el sacristán, los miraba desde el coro.

[Continuará]

Dejarse llevar o dejarse arrastrar

Un breve pensamiento para el día de hoy. Mi empresa, como tantas en España y en el mundo, no va bien. Las decisiones que se toman desde la Dirección para "salir de la crisis" (una frase, que a golpe de repetirla, ya forma parte de nuestros ruidos habituales y en la que por lo tanto nadie cree ya) me recuerdan tanto a los palos de ciego de nuestros politicos. Toman decisiones "por nuestro bien" para las que nos tenemos que creer que están cualificados, y yo, de verdad, estoy convencida de que cualquier ama de casa, con estudios o sin ellos, sabría tomar decisiones más sensatas, más coherentes y más efectivas.
Esto lo digo, volviendo al tema del trabajo, porque hace algunos años estuve en un trabajo en el que lo pasé muy mal. Y un día una compañera me vio llorando y me preguntó qué me pasaba. Se lo conté y ella me respondió: "¡pero si es solo un trabajo!". En el momento me costó comprenderlo. Esto fue en Inglaterra y yo venía de España, donde entonces la sensación de crisis, ese traje de hielo que ahora parece que vestimos todos, no era parte de nuestra rutina, y aun así  me sentía muy responsable con mi trabajo, y muy agradecida por tener un puesto de supervisora (al que dedicaba 48 horas semanales, totalmente estresada, nada reconocida, y que me dejaba sin comer muchas veces). El caso es que la situación continuó (naturalmente) y un día, aprovechando que mi mejor amiga se volvía a España, decidí lanzarme al vacío y dejar el trabajo. Tenía un pequeño colchón que me iba a permitir sobrevivir un mes, más o menos, y no tendría derecho a paro. Pero lo hice. ¡En mi vida me he sentido más libre!
Y de un par de meses acá, aunque la situación no me toca emocionalmente como ocurrió entonces, sí es cierto que acudo al trabajo con resignación, con desconfianza, con cierta rabia contenida y me pregunto... ¿qué hago, me dejo llevar o me dejo arrastrar?
Dejarme llevar sería liberador, sería dejar el trabajo (con cierta seguridad de cobrar el desempleo esta vez) a pesar de los tiempos que corren y dedicar más tiempo a mi hija, a mi pareja, a mi casa, a mis sueños, a mi vida. Dejarme arrastrar significaría que yo no tomo las decisiones, acertadas o equivocadas, sino que espero a que las circunstancias decidan por mí; sería como claudicar ante la posibilidad de dar forma a mi propio destino. Y no sé bien qué hacer. Creo que me falta algo de información, que no tengo la "foto" completa de la situación. Pero intentaré, según me lo permitan las circunstancias, ser dueña de mis decisiones y, como decía Amparanoia, "no pedir permiso para ser libre".

martes, 23 de agosto de 2011

Próximamente con ustedes... "El secreto"

Ya he vuelto, y aunque mi cabecita ha descansado bastante, ha trabajado lo suficiente para vislumbrar una pequeña historia. En cuanto la tenga la compartiré con vosotros. Mientras... un beso muy grande o muy fuerte o muy  intenso... bueno, ¡muy cariñoso! (Y que se atreva el Señor Piedrahita a rebatirme.)

jueves, 28 de julio de 2011

¡Me voy de vacaciones!

Síiii, con la perspectiva de: disfrutar de mi familia, de celebrar como merecemos el bicho y yo nuestro décimo aniversario juntos, de practicar interpretación en francés para aprobar holgadamente mi último examen de carrera, de no engordar (mucho), de olvidarme del despertador, de ver preciosas puestas de sol, de pasear mucho por la playa, de comer BUEN pescado...

... Y con la ilusión de preparar un taller que me han ofrecido impartir en octubre.

¡Sí! La vida es generosa conmigo (aunque mi empresa lo sea menos, jajajaja.)

¡Felices vacaciones! Nos reencontraremos a finales de agosto con energías renovadas.

¡¡Hasta pronto!!


Amy vs Amy

Cuando estaba de baja maternal de mi hija y me pasaba horas (literalmente) dándole el pecho, pasé más tiempo viendo la televisión que en toda mi vida anterior junta. En aquella época, otoño-invierno de 2008, escuché por primera vez a dos Amy, ambas británicas, una escocesa, otra londinense. No podían ser más distintas y no podían gustarme más.
De Amy Macdonald la primera canción que conocí fue Mr Rock and Roll. Una canción fresca, con fuerza, que me ponía de muy buen humor. Amy Macdonald tiene la voz grave y transmite determinación. Hay quien percibe un toque folk en su música. A mí personalmente su guitarra acústica no me parece especialmente folk, pero da igual, eso es lo de menos. Tampoco es que yo sea una gran entendida.
De Amy Winehouse, la primera fue Back to black. ¡Oh, qué canción! Intensa, llena de sufrimiento, con un sonido que recordaba a los tiempos de la Motown y una voz grave, frágil, a veces quebradiza, que me emocionó entonces y me sigue emocionando muchísimo ahora.
Si sus estilos musicales son tan dispares, su línea vital no lo es menos y así nos lo ha confirmado hace escasos días el fallecimiento de Amy Winehouse, a los 27 años de edad. Winehouse, desgraciadamente, solo ha podido publicar dos álbumes y se ha hecho más conocida por sus adicciones, sus intentos de rehabilitarse, su gigantesco moño (alacena de papelinas), sus ojos cargados de eye-liner, y por su vida desordenada que por su talento. ¡Qué lástima! Siempre me ha inspirado mucha lástima esta chica. Me dan muchísima pena las personas que sucumben a las drogas o el alcohol y no saben salir de ese remolino. Nunca sabremos qué le hizo entrar en ellas ni por qué no pudo ponerle freno. Yo solo creo que es alguien que sufría mucho y que tal vez ahora haya conseguido la paz que no tuvo en vida.
Amy Macdonald procede del mundo universitario y su imagen es totalmente opuesta, nada sofisticada: una chica sencilla, con un maquillaje que se limita a resaltar discretamente sus enormes ojos azules, con una vestimenta común, juvenil, sin pretensiones. Una chica a la que he visto sonreír con timidez y también mirar de frente a la vida. Las letras de sus canciones muestran a una persona observadora, sensible, crítica con ciertos aspectos de la sociedad actual, nada encerrada en sí misma ni en su mundo; es una persona con sueños y que desea compartir su visión de lo que le rodea con los demás. No hay más que escuchar The youth of today o The footballer’s wife, por poner solo dos ejemplos.
Para mí son incomparables y me quedo con las dos, con la tristeza insondable de Winehouse y con la vitalidad introspectiva de Macdonald.  



miércoles, 20 de julio de 2011

Corazoncito de amapola

Algo iba mal. Lo supo en seguida, al ver a su hija Daniela salir sola por la puerta del colegio, en vez de ir de la mano con su amiga Nayara. Caminaba despacio, absorta en algún pensamiento. No se abalanzó sobre su madre como era habitual. Sí, definitivamente pasaba algo.

— ¿Qué te ocurre, cariño?— le preguntó al tiempo que la abrazaba con fuerza.
La niña rompió a llorar y le dijo:
— Nayara dice que ya no quiere ser mi amiga, que no soy guay.
— ¡Ay, cariño, cómo lo siento!— le respondió y la abrazó con más fuerza aún. — Pero, ¿ha pasado algo? ¿Os habéis enfadado?
— No, que ahora quiere ser amiga de Vero, porque dice que ella sí es guay…
— Vaya por Dios, hija. ¿Quieres que vayamos al parque a jugar un ratito?
— Bueno…

Con todo el convencimiento de que fue capaz trató de consolarla:
— Mira, cariño, yo sé que ahora estás muy triste, pero seguro que Nayara no quiso decir eso. Seguro que pronto todo se arregla y volvéis a ser tan amigas como siempre y a jugar juntas.
Daniela la miró fijamente a los ojos, con los suyos aún enrojecidos por el llanto, y le preguntó:
— ¿De verdad, mamá?
Y ella le respondió:
— ¡Claro que sí, cariñito! Y, ¿sabes lo mejor? ¡Que todavía te quedan muchos amiguitos por conocer!

Y procuró que su hija no viera la lágrima que le resbalaba por la mejilla. Daniela tenía solo tres añitos y acababan de romperle su frágil corazoncito de amapola por primera vez. Apretaba con fuerza la manita de su hija sin darse cuenta de que por quien lloraba en realidad era por ella misma. Estaba reviviendo aquel momento de su infancia en que su mejor amiga le decía que ya no le interesaba ser su amiga, que la chica nueva de la clase tenía "un chalet con piscina" y la prefería a ella. 

Tras pasar unos segundos suspendida en el tiempo, por fin, la niñita que esa madre había sido un día, y a la que también le rompieron el corazón, le dijo a su hija:

- ¿Sabes, cariño? Te voy a decir algo que no sé si vas a poder comprender todavía. Hay personas crueles que hacen daño a otras. Esas personas no merecen nuestro cariño ni nuestras lágrimas. No sé si Nayara volverá a ser tu amiga, pero tú no debes estar triste por ella, debes hacer nuevos amigos que te quieran como eres y que no te hagan llorar ni estar triste. ¿Lo comprendes, cariño?

Daniela miró a su madre con sus enormes ojos castaños: ¡sí, mamá!



lunes, 18 de julio de 2011

Un momento de relax

Como estos días atrás andaba yo algo tensa, me he regalado una sesión de hamaca. Me he quitado la ropa, el reloj y los zapatos, me he puesto el bikini (uno de los dos que me he comprado este verano y que tienen la responsabilidad de favorecerme y durar al menos dos veranos más), me he preparado un mojito suave, he cogido un libro (de los muchos que tengo pendientes de leer) y me he tumbado tranquilamente en la hamaca.

Con una temperatura perfecta, la piscina para mí sola y ni un solo ruido molesto, he cerrado los ojos y me he puesto a pensar en las cosas que me hacen sentir bien. Hmmm, el mar, las flores, el color verde, el color rojo, el color blanco, una conversación con una amiga o con mi hermano, una tarde de compras con mi hermana, un helado gigantesco de casi cualquier sabor (en cuestión de helados no soy muy exigente), unos pimientos asados, un vaso de vino, un plato de cocina oriental, el olor a canela, darme un manguerazo con agua bien fresca, recorrer la piscina de punta a punta bajo el agua, las puestas de sol, el humor sano, sencillo y desenfadado de mis dos compañeras de trabajo, las preguntas y las caricias de mi hija, la ternura inagotable de mi pareja, la sonrisa pilla de mi sobrinita, los brotecillos verdes de los árboles en primavera camino de Aranjuez, el otoño en la sierra de Madrid, el apoyo y el cariño de tantas personas a mi alrededor, pasear descalza sobre césped bien cuidado, pasear descalza por la orilla del mar, nadar desnuda en el mar, unas fresas aderezadas al estilo de mi familia, las fotos en color, la alegría de Sevilla, la espontaneidad de los gaditanos… ¡Hay tantas y tantas cosas que me hacen sentir bien!

Me quedé un buen rato saboreando cada recuerdo, cada sensación. Cuando me quedé satisfecha, abrí los ojos, le di un buen sorbo a mi mojito y comencé a leer.


 ¡Qué envidia, verdad!

 
¡Ah... Nada como una buena sesión de hamaca mental! Ahora vuelvo a mi realidad de oficina más relajada, más animada y lo voy a celebrar tomándome un cafelito. ¡Uno de verdad!

Nota: esta foto la he “robado” de la web (en concreto de http://www.tumbonas.org/)

viernes, 15 de julio de 2011

El ataque de las hormonas

No sé si a ti te pasa; a mí últimamente, sí. Un día, de buenas a primeras, todo te sienta mal. Sientes que si pudieras (y si no estuviera penado por la ley) cogerías una espada gigantesca y te liarías a espadazos con todo bicho humano que se cruzara contigo. ¡¡¡Aaaaaarrrrrrrgggggggg!!!

El día te va dando pistas que sueles ignorar, como por ejemplo: te levantas de la cama y no encuentras  las zapatillas; vas a desayunar y derramas el café o la leche (o ambas cosas); luego te vistes y justo cuando sales por la puerta, con la luz del día, ves una mancha lo suficientemente pequeña como para haberte  podido engañar cuando guardaste la prenda, pero lo suficientemente grande como para que tengas que volver atrás y cambiarte de ropa. Bueno, llegada a este punto ya empiezas a ponerte un poquitín nerviosa y posiblemente sueltes el primer “¡mecagoen…!” del día.  

Te metes en el coche y no arranca. Vuelves a intentarlo. Nada. Y así varias veces. Ya te conoces el truco y esperas a que el dichoso trasto tenga ganas de funcionar. Por fin sales y, como vas tarde, te metes por la autopista de pago para, cuando te toca salir a la M50, encontrarte que está colapsada. ¡Bien! Llamas al trabajo: «llegaré tarde, estoy en un atasco». Pones la radio y la M50 no existe en los partes de la DGT, por lo que no te puedes informar de lo que ocurre (aunque, dada la magnitud del atasco, imaginas una colisión múltiple). Poco a poco vas avanzando. En primera, por supuesto. A medida que te acercas al lugar que ocasionó el bloqueo, resulta que es un coche parado y un señor con un chaleco amarillo tratando de cambiarle una rueda. ¡Y para eso llevas más de media hora de retraso! Porque ese era el atasco sorpresa, todavía queda el de rigor: desde la incorporación a la A1 hasta la salida hacia La Moraleja, pasando por San Sebastián de los Reyes.

Bueno, por fin llegas al trabajo, con unas ganas desesperadas de ir a baño y de tomarte un café. Los aseos, ocupados. La máquina de café, fuera de servicio… ¡Naturalmente! En un acto de desdoblamiento de la personalidad le pegas una patada mental a la puerta del baño y otra a la máquina mientras exhalas un suspiro de resignación.

Porque, realmente, ¿qué otra cosa puedes hacer? ¿Puedes evitar alguna de estas cosas? No. Pero ya te has encontrado varios contratiempos seguidos y la paciencia que necesitabas para todo el día ya la tienes agotada a las nueve de la mañana. Y la fiesta no ha hecho más que empezar. ¡Yuju!

Hay días en que logro que estas cosas no puedan conmigo, y me siento muy orgullosa de mí misma. Pero otros me ponen en un estado de nervios que roza la histeria, esta histeria mía particular de pegarle patadas mentales a las cosas mientras miro a la realidad con cara de besugo mudo.

Pues al hilo de todo esto, resulta que llevo dos días que no soy buena compañía para nadie y tampoco para mí misma. No me soporto, y no soporto ninguna tontería de nadie. Estoy con una mezcla explosiva de sensibilidad, suspicacia, desconfianza, ira, tristeza e irritabilidad que... ¡ojo!
Esta vez creo que mi histeria va a salir a la superficie disparada; vamos, que  va a explotar, porque ayer ya me sorprendí a mí misma poniéndole cara de “¡menuda gilipollez me estás soltando, hija!” a una compañera, que insistía en explicarme lo importante que es cumplir las reglas. ¡Ay, Dios, qué sopor! ¿Pero tú te estás oyendo?

En fin, lo más curiso de todo es que no ha habido atascos sorpresa, no he derramado ningún café, no he tenido que volver atrás para cambiarme de ropa… Pero cualquier detallito negativo que en otras circunstancias podría simplemente molestarme un poco, lo siento como una gran decepción, como un comentario muy borde, como si todos alrededor fueran imbéciles (casi sin excepción),  como una señal de que no soy importante para mis personas queridas… Vamos, un drama.

 De repente, en la trastienda interna, una voz me susurra: «Chocolate… chocolate…» y empiezo a sospechar que mis hormonas me la están jugando otra vez.



jueves, 14 de julio de 2011

Te queda fenomenal

Este año me había prometido no comprarme un bikini de los baratos que suelo comprarme para las tres semanas de playa de que dispongo al año. Sí, son solo tres semanas, pero tres semanas que me estoy repitiendo a mí misma lo tonta que he sido al comprarme esos bikinis malos, que dejan la braga colgadera por detrás cuando te bañas. Bueno, eso por no hablar por cómo sientan de pecho.
Vale, pues me hice esta solemne promesa y en dos incursiones muy exitosas me compré sendos bikinis bastante razonables de precio, calidad y aspecto. Y andaba yo pesando: « pues podría aprovechar y comprarme un tercero…»  ¿Para qué? Pues para nada en particular, para tenerlo (un razonamiento brillante).

Aun siendo consciente de que tal vez no fuera una gran idea, decidí ir a otra tienda, en incursión exprés, con el siguiente plan: si no veo ninguno que me guste o que no tenga un precio razonable no me lo compro. (¡Si es que estoy “sembrá”!)
Pues allá fui, le dije a la dependienta qué tipo de bikini buscaba y me señaló los pocos que quedaban (a 13 de julio por lo visto no cabe esperar mucho). De la pequeña selección escogí dos.  Empecé  por  probarme la parte de arriba, porque si esa no funciona no hay negocio.

Prueba número uno: bikini blanco con estampado de flores en tonos morados. Grande. Enorme. Ya me veía yo con  la braga colgadera y eso sin probarme la braga siquiera. Y me suelta la chica: «Ah, pues te queda muy bien».
 Le respondo cortésmente: «bueno, voy a probarme otro, a ver si me convence algo más».

Prueba número dos: bikini de rayas verdes, rojas, moradas y blancas. ¡Monísimo! ¡... y pequeñísssimo! La chica, de nuevo: «Pues este no te queda mal tampoco». (Ojo a ese “tampoco”.) Mi respuesta: «¿No tienes otro? Lo veo pequeño». Ella: «No te preocupes, que luego cede». (Ahora que lo pienso, no sé cómo no la fulminé con la mirada. Porque, ¿cuándo cede un bikini —si es que lo hace— a la segunda puesta, al séptimo baño, cuando vuelva a casa después de las vacaciones y lo meta en un cajón?) Y yo, suspirando: «si tienes otro, me gustaría probármelo ».

La dependienta se alejó unos instantes y volvió con un bikini que a primera vista no me convencía, con un estampado de puntitos morados, fucsia, negro y amarillos. Pero me lo probé porque tenía la sensación de que podría favorecerme. Y así lo hice: me probé la parte de arriba y, aunque algo justo, me gustaba. ¡Tenía un candidato! Animada, me probé la braga. Y —oh, horror— me sacó todos los michelines, los conocidos y los desconocidos.
Mi “amiga” no pudo evitar opinar una vez más: « ¡Huy, te queda fenomenal!» Y aquí ya no pude callarme: « ¡Mira, si con lo que yo gano, me gasto 55 euros en un bikini, es para parecerme como mínimo a Jennifer López!»

Me quité el bikini, le di las gracias y me marché de la tienda pensando: « ¿Qué le dirá esta mujer a su pareja el día que tenga un gatillazo, que ha tenido el orgasmo de su vida?»

miércoles, 13 de julio de 2011

Mujeres y amapolas

Libres, sencillas y espontáneas como las amapolas, así son las mujeres que tanto quiero y admiro. Las quiero porque las quiero, esto no necesita explicación. Y las admiro porque con su actitud vital, con su talento, con su trabajo, aportan a la sociedad cosas que a mí me parecen importantes: respeto, creatividad, trabajo, ilusión, talento, imaginación, perseverancia, generosidad… Son mujeres que tengo como referencia en la vida y  a las que quisiera parecerme, aunque solo fuera un poquito.

Según pasan los años, y ahora ya tengo unos poquitos, siento que en cierta medida, las personas tenemos tendencia a aportar algo, a dar algo especial de nosotros mismos, a expresar algo que llevamos dentro y que consideramos que merece la pena compartir. Hace poco preguntaba a mis amigas: ¿qué haríais si tuvierais la vida resuelta, si no tuvierais que preocuparos todos los días por ganar el suficiente dinero para subsistir dignamente? Esta pregunta me la he hecho a mí misma repetidas veces en el transcurso del último año. Mi respuesta es: escribir, traducir, hacer fotos, cocinar. Mis amigas respondieron: montar una protectora de animales, montar una librería, pintar, aprender a bailar flamenco, ser voluntaria en algún país lejano, diseñar muebles, inventar cosas, aprender idiomas, viajar…

Así que este blog está dedicado a todas las personas, especialmente mujeres, que disfrutan la vida, que están deseando conocer mundos nuevos, que sienten que tienen proyectos y sueños por cumplir y también a quienes han comenzado a cumplirlos y están logrando éxitos con ellos. Entre todas ellas, hay mujeres que, con su presencia serena, también son una gran fuente de inspiración. ¡Gracias a todas por estar en mi vida!

martes, 12 de julio de 2011

La nostalgia de los mapas

Hace algunos años, cuando vivía en Brighton, una compañera de trabajo se me acercó con una guía turística de Sevilla. Esta australiana había decidido conocer mejor  Europa y entre las ciudades elegidas estaba la mía de nacimiento.
Me pidió consejo sobre qué lugares visitar y mientras hojeaba la guía para ayudarla, descubrí que contenía unos mapas de la ciudad. Tuve curiosidad por saber si mi barrio, mi calle, estarían incluidos en ella, y ¡sí!

En todo el año que llevaba viviendo en Brighton no había vuelto a casa y cuando vi ese pequeño y sencillo mapa, sentí una extraña emoción. De repente me recordé a mí misma apoyada en la barandilla del balcón de casa, con la panadería de Paquita enfrente y su  continuo entrar y salir de señoras con sus bolsas y sus carros de la compra, con el trasiego de niñas de uniforme de los colegios cercanos, los niños atolondrados del único colegio masculino del barrio, el buzón amarillo en la esquina, los perros de mi vecina Rita (Rufo, Curra, Arturo…); recordé la plaza de San Lorenzo con sus dos iglesias, sus bancos de piedra con respaldo de forja, sus dos palmeras, el quiosco de prensa, una tranquila plaza flanqueada por el bar, la floristería, la farmacia, el zapatero… y en la que habíamos presenciado multitud de bodas.  Volví al mapa: Calle de Miguel Cid, donde vivía la que en mi primera infancia fue mi mejor amiga, María. La Calle de San Vicente, donde estaba la guardería a la que iba mi hermana cuando era pequeña. La Alameda de Hércules, recuerdos de juventud: el mercadillo de los domingos con sus baratijas y, después, el aperitivo en cualquier bar de la zona. La Calle Torneo, paseos, puestas de sol y vistas a la desaparecida Expo’92…

En apenas unos segundos recorrí mi ciudad mentalmente, me tomé un helado de chocolate con naranja en Rayas, unos montaditos en el Dos de Mayo,  un vino de naranja en el Barrio de Santa Cruz, visité Maspapeles y me impregné del aroma del azahar y el jazmín (es la suerte de viajar con la mente).

Le devolví la guía y le dije: “It´s a lovely city, indeed” .

viernes, 8 de julio de 2011

Novia del campo

Novia del campo, amapola,
que estás abierta en el trigo;
amapolita, amapola,
¿te quieres casar conmigo?
Te daré toda mi alma,
tendrás agua y tendrás pan.
Te daré toda mi alma,
toda mi alma de galán.
Tendrás una casa pobre,
yo te querré como un niño,
tendrás una casa pobre
llena de sol y cariño.
Yo te labraré tu campo,
tú irás por agua a la fuente,
yo te regaré tu campo
con el sudor de mi frente.
Amapola del camino,
roja como un corazón,
yo te haré cantar al son
de la rueda del molino;
yo te haré cantar, y al son
de la rueda dolorida
te abriré mi corazón,
¡amapola de mi vida!
Novia del campo, amapola,
que estás abierta en el trigo;
amapolita, amapola,
¿te quieres casar conmigo?   

  Juan Ramón Jiménez

jueves, 7 de julio de 2011

Seda roja

Estoy feliz porque mi tía Carmen me ha regalado una de sus obras de arte: un pañuelo de seda pintado por ella misma con unas preciosas calas de agua sobre fondo rojo. Ha sido una auténtica sorpresa para mí, algo que yo deseaba muchísimo pero que por respeto a su trabajo nunca he querido pedirle.
Hay personas que enmarcan sus sedas y desde luego no merecen menos. Pero yo llevo unos meses sintiendo la llamada del color rojo, lo busco por todos lados y cuando lo encuentro recibo una sensación muy reconfortante, como si me dijera: «tranquila, estoy aquí». Así que no voy a enmarcar su pañuelo: lo voy a usar directamente en contacto con mi piel para sentir la seda, el rojo, el cariño y el talento de mi querida tía, el verde de la espontaneidad y el blanco de los sueños por cumplir.
Otro día os hablaré de mi tía, una persona cuya risa es contagiosa, que tiene un corazón de oro macizo y que vive la vida con una intensidad y una sinceridad admirables.

La sonrisa de la amapola

La rosa la miró de arriba abajo con evidente desprecio y le preguntó:
-¿Que tú eres una flor?
-¡Sí!- dijo la amapola en tono firme.
-¡Vaya! Ahora llaman flor a cualquier cosa flacucha, peluda y salvaje...- ironizó la rosa.
Y prosiguió:
- ¿Tienes idea de cuántos poetas me han cantado, de cuántos pintores me han retratado?
¿No sabes que soy el símbolo de la belleza y del amor?
-Puede que seas todo eso que dices, pero yo soy libre, nacida en el campo entre las caricias del trigo
 y la cebada, alumbrada por el sol y regada por las lluvias de mayo.
No he nacido en un invernadero, no tengo espinas y antes de convertirme en un objeto de adorno
en parques y centros de mesa prefiero morir.
Dicho esto, la amapola desplegó su mejor sonrisa y cerró los ojos para sentir la suave brisa de primavera
en sus rojos pétalos.