jueves, 14 de julio de 2011

Te queda fenomenal

Este año me había prometido no comprarme un bikini de los baratos que suelo comprarme para las tres semanas de playa de que dispongo al año. Sí, son solo tres semanas, pero tres semanas que me estoy repitiendo a mí misma lo tonta que he sido al comprarme esos bikinis malos, que dejan la braga colgadera por detrás cuando te bañas. Bueno, eso por no hablar por cómo sientan de pecho.
Vale, pues me hice esta solemne promesa y en dos incursiones muy exitosas me compré sendos bikinis bastante razonables de precio, calidad y aspecto. Y andaba yo pesando: « pues podría aprovechar y comprarme un tercero…»  ¿Para qué? Pues para nada en particular, para tenerlo (un razonamiento brillante).

Aun siendo consciente de que tal vez no fuera una gran idea, decidí ir a otra tienda, en incursión exprés, con el siguiente plan: si no veo ninguno que me guste o que no tenga un precio razonable no me lo compro. (¡Si es que estoy “sembrá”!)
Pues allá fui, le dije a la dependienta qué tipo de bikini buscaba y me señaló los pocos que quedaban (a 13 de julio por lo visto no cabe esperar mucho). De la pequeña selección escogí dos.  Empecé  por  probarme la parte de arriba, porque si esa no funciona no hay negocio.

Prueba número uno: bikini blanco con estampado de flores en tonos morados. Grande. Enorme. Ya me veía yo con  la braga colgadera y eso sin probarme la braga siquiera. Y me suelta la chica: «Ah, pues te queda muy bien».
 Le respondo cortésmente: «bueno, voy a probarme otro, a ver si me convence algo más».

Prueba número dos: bikini de rayas verdes, rojas, moradas y blancas. ¡Monísimo! ¡... y pequeñísssimo! La chica, de nuevo: «Pues este no te queda mal tampoco». (Ojo a ese “tampoco”.) Mi respuesta: «¿No tienes otro? Lo veo pequeño». Ella: «No te preocupes, que luego cede». (Ahora que lo pienso, no sé cómo no la fulminé con la mirada. Porque, ¿cuándo cede un bikini —si es que lo hace— a la segunda puesta, al séptimo baño, cuando vuelva a casa después de las vacaciones y lo meta en un cajón?) Y yo, suspirando: «si tienes otro, me gustaría probármelo ».

La dependienta se alejó unos instantes y volvió con un bikini que a primera vista no me convencía, con un estampado de puntitos morados, fucsia, negro y amarillos. Pero me lo probé porque tenía la sensación de que podría favorecerme. Y así lo hice: me probé la parte de arriba y, aunque algo justo, me gustaba. ¡Tenía un candidato! Animada, me probé la braga. Y —oh, horror— me sacó todos los michelines, los conocidos y los desconocidos.
Mi “amiga” no pudo evitar opinar una vez más: « ¡Huy, te queda fenomenal!» Y aquí ya no pude callarme: « ¡Mira, si con lo que yo gano, me gasto 55 euros en un bikini, es para parecerme como mínimo a Jennifer López!»

Me quité el bikini, le di las gracias y me marché de la tienda pensando: « ¿Qué le dirá esta mujer a su pareja el día que tenga un gatillazo, que ha tenido el orgasmo de su vida?»

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